Fragmentos, casi cuentos de Y de este mundo prostituto y vano solo quise un cigarro en mi mano


La idea de un blog es escribir por tu cuenta sobre lo que se te antoje. A mí se me antojan muchas cosas, pero confieso que no soy juiciosa escribiéndolas. Esto de nuevo es un fragmento de una novela de Fonseca, "Y de este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano." Lo quiero compartir por lo sugerente y maravilloso, pero sobre todo por lo poco pretencioso.

"No hay receta para comerse a una mujer. Siempre me burlé de esos cretinos de ambos sexos que escriben en revistas especializadas en chismes, femeninos y masculinos, y son felices inventando reglas para seducir y comerte a entera satisfacción a tu pareja. Te voy a contar una historia de caballos. Mi padre tenía una hacienda, en el valle del Paraiba, donde criaba caballos. Muchas veces necesitaban cruzar una yegua de buen linaje con un garañón de pedigree, pero el problema era que al noble garañón no le interesaba despertar el deseo de la yegua. O tenía la agenda llena, o no podía, por cualquier motivo, perder tiempo en preliminares. Acercábamos entonces a la yegua un tipo de caballo conocido como rufián, un semental al que no se exigía ni belleza física ni pureza de sangre que refrendara ancestros ilustres, pero sí la capacidad de despertar un deseo sexual intenso en la yegua. El plebeyo y la aristócrata quedaban separados por una cerca, para que no hubiera entre ellos ningún contacto, digamos morganático. Después que el rufián estimulaba el calor de la yegua, se le ceñía a ella un estribero, una especie de arreo de carreta del cual salían dos gruesas cuerdas, que se ataban a sendas pulseras sujetas a los cascos de la yegua, para que no pudiera rechazar ni patear al garañón de lujo, cuando éste intentara cubrirla. Casi siempre el aristócrata era ayudado por los peones en la introducción de su miembro en el cuerpo de la yegua, al que el rufián había tornado complaciente y ansioso. Sucede que muchas veces el rufián, que despertaba el calor de la yegua porque le hacía sentir por él la misma lubricidad obsesiva que él sentía por ella, el rufián, digo (apelativo injusto para un ejemplar de tanto carácter), impulsado por su lascivia arrebatadora, saltaba la cerca que los separaba, y los dos animales,contra todos y sin la ayuda de nadie, satisfacían la pasión prohibida que los consumía. De ahí viene la frase 'saltar la cerca', que debes conocer, muy común en el interior del país, que alude a un hombre o a una mujer mezclados en una aventura extraconyugal. De esa historia saqué varias enseñanzas. La primera: para seducir y poseer a la mujer que amas es necesario desearla como un garañón encerrado en la cerca, y, si ella no la salta antes -las mujeres suelen hacerlo- te cabe a tí saltarla, arruinarte por ella, sufrir coces por ella, darte cabezazos en la pared por ella. Segundo consejo: a las mujeres les gusta hablar; conversa sin pausa con ellas, aunque muchas veces lo que hables sea en realidad un ejercicio de comunicación ipsatoria, como en mi caso. Ultimo consejo: mientras más libertinaje en la alcoba, más respeto y ceremonia en la sala y en la cocina. Pero es preciso, repito, que haya amor, sin amor el orgasmo causa siempre un inmenso disgusto mezclado con tristeza".
(pág. 30)



"¿Por qué rompe una mujer sus compromisos? La mayoría de las veces la causa es el amor, el fuego que arde sin verse, eso es de Camoes, que carboniza el convenio, el trato pactado con otro. El amor existe, repito, y las mujeres creen en él más que los hombres. Mas, para no ser tildado de romántico ingenuo, admito que en algunos casos el amor puede ser tan sólo una válvula de escape, ciertas personas casadas, incluso cuando gozan de una gran libertad, se sienten en una prisión, y los grilletes tienen un nombre, rutina. Los cónyuges, por más imaginación que posean, no logran escapar al desgaste que surge de la conservación del orden, del tedio causado por la repetición de las cosas inertes. La vida, en el proyecto administrativo común que se instaura con el matrimonio, tiene que ser ordenada metódicamente. Está el hogar, una casa y su sistema de demandas y condicionamientos, los pagos en los días fijados, seguros, cuentas e impuestos, el auto y sus exigencias, hijos (no tengo hijos, pero sé que son criaturas exigentes), las salidas obligatorias (para comer y hacer compras inútiles), los médicos, los dentistas, los electrodomésticos y otros cachivaches, y está el lavado de la ropa y de los tapetes, y la cocina, y la cocinera y la costurera y el supermercado, olvidé el plomero y los grifos defectuosos y las cañerías obstruídas -y no hablo de enfermedades o de estrecheces económicas, pues quiero ubicarme en un escenario optimista-, y todo esto, esa vida de comprar, pagar, arreglar, ordenar, lavar, planchar, conciliar, ceder, hacer el amor burocráticamente, crea un sedimento que se va hinchando hasta envolver a la pareja en adiposidad y tedio. Entonces ni siquiera es necesario el caballo rufián. Un burro sirve". (pág. 32-33)

Comentarios

Camilo García ha dicho que…
buen blog bogo-tana
laurabogotana ha dicho que…
Gracias Camilo. Por aquí te espero! Paso a visitarte...
Zorro del Desierto ha dicho que…
Este es precisamente el libro que necesito leer. Con que Fonseca, ah? Bien, intentaré conseguirlo.

Nunca quiero casarme, jamás, y este fragmento que tuvista la nobleza y amabilidad de poner de este señor me ha reafirmado aún más en mi empeño de no cometer semejante estupidez. Como decía Kant: "Casarse es bueno, no casarse, mejor". Y cada vez que me veo así me siento muy bien, bien, bien.

Siempre he dicho que sería ideal una estado perpetuo así, de picaflor, freelanceando por el mundo impunemente sin dar cuenta a nadie.

Matrimonio, qué mal tan terrible suena eso. Al final ¿"hasta un burro sirve"? Reza la moraleja, ¿verdadero? ¿Son ellas las que "saltaríanla cerca" primero?

Saludos.

www.proyectd2.blogspot.com

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