De las muchas formas como Liberia llama a mi puerta (puras asociaciones libres)

La luna, África, la fotografía, la nostalgia, el horror.

Esta entrada se iba a llamar "Un par de apuntes sobre Caparrós". Eso fue hace más de un año y nunca terminé de escribirla, no sé bien porqué. En ese momento me quedaron sonando varias partes de un libro muy sencillo que combina cosas que me gustan mucho: el asunto de los migrantes, la fotografía, la lectura, los viajes y el periodismo. Eso fue para mí el libro Una luna del periodista y escritor argentino Martín Caparrós. Ahora se me ocurren un poco de cosas y por eso las llamo asociaciones libres. Son asociaciones libres sobre la luna, Los Detectives Salvajes, el fotoperiodismo, el caso de Camille Lepage y unas cuantas cosas más...

En su momento tenía aburrido a todo el mundo contándole con emoción las partes del libro, así que de forma absolutamente intensa me puse en la tarea de extraer partes del ejemplar que saqué prestado de la Luis Ángel Arango y pensé que era mejor escribir para dejar de molestar a mis pacientes escuchas. Dos puntos me interesaron bastante en ese momento, además del GRAN tema de libro que es el de la migración: el relato del viaje (el hiperviaje) y unas cuantas referencias a la fotografía. El libro es corto pero sustancioso y es además un relato muy íntimo de Caparrós (algo que lo hace muy cercano al lector al tratar de entender la experiencia del escritor/viajero). Se trata de una compilación de entrevistas que, como parte de un encargo de Naciones Unidas, el autor hace a jóvenes migrantes en diferentes situaciones, locaciones geográficas, con distintas motivaciones y secuelas tras duras experiencias.


Si bien el tema de los migrantes es lo central de Una luna (una vuelta de la luna demora Caparrós yendo de punta a punta para hacer sus entrevistas, de Chisinau a Monrovia), no pude dejar de fijarme en cosas como el asunto de las fotos (¡cómo no ponerle atención si la portada misma del libro es una invitación a tenerlo entre las manos!). Por ejemplo nos habla del disfrute de tomar fotos, de los retratos que tiene que hacer de sus entrevistados, de la intención de entrar al museo Thyssen-Bornemisza que tiene una gran colección de retratos. Y así, por varias partes de libro, para detenerse en un punto:

Los turistas nunca fotografían a "los turistas". Sacan, por supuesto, megagigas de fotos de sí mismos, marido a mujer, padres a hijos, amantes a su amante. Y de los lugares que  mostrarán de vuelta en casa -la torre tal, la iglesia cual, aquella estatua-, pero nunca de "los turistas", uno de los fenómenos culturales más extraordinarios de estas décadas y, en general, tan tozudamente fotogénicos. La pureza es que no haya otros turistas, como si los lugares prestigiosos que van a visitar fueran descubrimientos que hacen solos, indianas jones de cotillón de feria. p. 78.

Todos hemos sido turistas, en pequeña o gran escala. Y por mi parte sí que he vivido la angustia de ver rodeado de 15384 turistas más, ese monumento tan bonito al que le quiero tomar foto o en el que quiero salir SOLA, como si fuera únicamente mío. Un año después pienso en la foto, en el turista, en mi pose de turista y en lo tontos que nos debemos ver tratando de ocultar en la foto el fenómeno de masas que circunda esos lugares codiciados por nuestros lentes.

Fotografía por Martín Caparrós
Pero bueno, ¿y dónde está Liberia? Liberia aparece por primera vez en este grupo de asociaciones libres en el relato de Caparrós. Una de las historias más tristes y chocantes del libro presenta la vida de Richard, un joven habitante de Monrovia lleno de propósitos y sueños para el desarrollo de su país. Richard es víctima de las guerras civiles de Liberia (dos en menos de 40 años) y testigo de los horrores de esos enfrentamientos que casi acaban con su familia antes de que pudieran migrar a Estados Unidos y lo dejaran solo en su país. Richard ha vivido el horror. Siendo muy joven vio cómo los combatientes se comían a su abuela, a la vez que masacraban a otros miembros de su familia.

Para Caparrós seguramente la incomodidad de las historias que recogió lo llevaron a prometerse no intentar ninguna novela que no suceda en el presente, no en el pasado o en el futuro o en un momento indefinido que no moleste, sino siempre en el presente. Así, varios de los relatos del libro presentan caras muy desgraciadas de nuestra condición humana. Sin embargo, los relatos sobre África y particularmente sobre Liberia son sobrecogedores: sus calles polvorientas, sus mercados repletos de objetos chinos que vuelven homogéneo el paisaje globalizado, sus plazas llenas de gente hambrienta, la presencia de milicias en cada esquina...No deja de ser paradójico que Liberia sea ese país de afroestadounidenses que fundaron una "tierra libre" (por eso el nombre) en el s. XIX, y a la vez sea un lugar de tanta sangre y horror. Aunque claro, esto no es ajeno a otros países africanos, ni siquiera a tantas otras partes del mundo.

... Y entonces recuerdo a Belano y a Caparrós, los escritores latinoamericanos en el caótico mundo africano.

La luna, África, la fotografía, la literatura, el horror.


Roberto Bolaño (porque claramente no tengo foto de Arturo Belano)

El último destino conocido de Arturo Belano, protagonista de Los detectives salvajes, es Liberia en plena guerra civil en la década de 1990. El escritor se dirige a África con la intención de vivir y de morir. De vivir como reportero, pero de morir si es que le toca. El fotógrafo Jacobo Urenda, la voz que cuenta esta parte de la historia, empieza con una frase lapidaria sobre las estancias en África:

"Yo viajo a África por lo menos tres veces al año, generalmente a los puntos calientes y cuando regreso a París me parece que todavía estoy soñando y me cuesta despertar, aunque se supone, al menos en teoría, que a los latinoamericanos el horror no nos impresiona tanto como a los demás."

Por ser el último lugar de donde hay noticias del personaje con que uno se encariña y por ser África y por ser al lado de un fotorreportero ficticio Magnum, pero que bien podría ser muchos, este apartado del libro fue uno de los más conmovedores para mí. El capítulo completo se puede leer aquí pero me tomo el atrevimiento de coger un par de fragmentos de este encuentro en un poblado a las afueras de Monrovia, donde no sólo está el querido Belano, sino Emilio López Lobo.

Sonaron unos balazos lejanos y Jean-Pierre y yo agachamos la cabeza. Después me levanté, salí del coche y los saludé y uno de los negros me saludó y el otro apenas me miró ocupado como estaba en levantar el capó del Chevy y revisar el motor irremisiblemente muerto y entonces yo pensé que no nos iban a matar y miré hacia la casa alargada y vi a seis o siete hombres armados y entre ellos vi a dos tipos blancos que caminaban hacia nosotros. Uno de ellos tenía barba y llevaba dos cámaras en bandolera, uno de la profesión, como resultaba fácil deducir, aunque en ese momento, todavía lejos de mí, yo desconocía la fama que precedía en todas partes a ese colega, es decir, conocía, como todos en la profesión, su nombre y sus trabajos, pero nunca lo había visto en persona, ni siquiera en fotografía. El otro era Arturo Belano(...) Le presenté a Jean-Pierre y él me presentó al fotógrafo. Era Emilio López Lobo, el fotógrafo madrileño de la agencia Magnum, uno de los mitos vivientes del gremio (...) para nosotros López Lobo era como Don DeLillo para los escritores, un fotógrafo magnífico, un cazador de instantáneas de primera página, un aventurero, un tipo que había ganado en Europa todos los premios posibles y que había fotografiado todas las formas de la estupidez y de la desidia humanas. Cuando me tocó a mí estrechar su mano, dije: Jacobo Urenda, de la agencia La Luna, y López Lobo sonrió.

La luna, África, la fotografía, la nostalgia, el horror.

El 13 de mayo de este año se encontró el cuerpo de la fotoperiodista francesa, Camille Lepage en un carro en la República Centroafricana. Esta es la última asociación libre de esta entrada y una forma de dañar una parte de Los detectives (lo siento). La inminencia de la muerte del fotógrafo y del escritor, y el silencio que queda tras su partida para adentrarse en lo más peligroso del conflicto, me hizo pensar en Camille Lepage, ¿o fue al contrario? Como haya sido.


No me gusta el que juega a ser héroe, ni aquel que de forma gratuita se pone en peligro. Es por esto que la idea del fotorreportero como héroe me resulta a veces chocante y un asunto que puede ser más de ego que de vocación. Aún así, la muerte de alguien tan joven y talentoso como ella no deja de ser horripilante y a la final un asunto muy triste.

Y entonces cierro con lo último de Belano y de López Lobo, el fotorreportero de Los detectives:

López Lobo ya no hablaba, sólo hablaba Belano, como al principio y, cosa sorprendente, estaba contando su historia, una historia sin pies ni cabeza, una y otra vez, con la particularidad de que a cada repetición resumía la historia un poco más, hasta que finalmente sólo decía: quise morirme, pero comprendí que era mejor no hacerlo. Sólo entonces me di cuenta cabal que López Lobo iba a acompañar a los soldados al día siguiente y no a los civiles, y que Belano no lo iba a dejar morir solo.

Los soldados ya comenzaban a alejarse y allí mismo le dijimos adiós. Jean-Pierre le dio un apretón de manos y yo un abrazo. López Lobo se había adelantado y Jean-Pierre y yo comprendimos que no deseaba despedirse de nosotros. Luego Belano se puso a correr, como si en el último instante creyera que la columna se iba a marchar sin él, alcanzó a López Lobo, me pareció que se ponían a hablar, me pareció que se reían, como si partieran de excursión, y así atravesaron el claro y luego se perdieron en la espesura.


La luna, África, la fotografía, la nostalgia, el horror (otra vez el horror).

Comentarios

Gonzalo Nieto ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gonzalo Nieto ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gonzalo Nieto ha dicho que…
De las muchas formas que uno termina estrechando la distancia con su destino es por asociaciones libres. A mi particularmente me gusta llamarle "serialidad". Término que robé de otro bloggero en el que se refería a ella como ese fenómeno que consiste en la aparición, en cualquier momento y lugar, de constantes referencias y alusiones a algo cuya existencia desconocíamos hasta ese momento, o que sencillamente habíamos olvidado.

Caí en la trampa (de la cual no salgo aún) de 'Los detectives salvajes' y al querer indagar más sobre ese universo, copié y pegué "¿Qué hay detrás de la ventana?" una y otra vez en varias pestañas para ayudar a dlucidar el misterio. Se abrió otro mundo cuando llegué a esta entrada y la serialidad continuó al ver que alguien más ya había asociado a Caparrós con Bolaño.

Y bueno, ¿qué hay detrás de la ventana? Creo que el propio Bolaño nos lo dice en la página 137: "En esa sombra, enmarcada por la ventana estrictamente rectangular del Impala, se concentraba toda la tristeza del mundo". Esto lo dice a través de Juan García Madero, huérfano adoptado por sus tíos. Bolaño tomó esas características, probablemente, de la infancia de George Perec.
También dice algo sobre la nostalgia (página 420).

Muy buena entrada. Saludos.
laurabogotana ha dicho que…
Gonzalo, qué maravilla que te hayas encontrado con estas asociaciones libres. Creo que es difícil no querer indagar más allá cuando uno tiene ese libro entre las manos. Ahora mismo estoy muy lejos de mi biblioteca y no puedo buscar la referencia que mencionas, pero no dudo que es la puerta (o la ventana) para más asociaciones.

Saludos y qué bueno que te haya gustado la entrada.

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