El miércoles por la mañana, antes de levantarse de la cama, Luciana sintió un ligero tirón en su frente. No era en su frente, realmente, para ser exactos era alrededor de su ceja izquierda. Sintió que la piel estaba tensa, como si algo la sujetara.

Luego de coger ánimos para levantarse y meterse en la ducha, Luciana se paró frente al espejo. Algo nuevo había en su cara. Todas las partes estaban. No hacía falta ninguna, pero la ceja donde había sentido la piel tensa estaba más arriba que la otra ceja. De inmediato trató de bajarla pero una fuerza superior le impidió hacerlo. En el momento no se preocupó. Tenía afán de llegar a la cita con un posible cliente y no había tiempo que perder.

Cuando salió del baño y estuvo vestida, volvió a pararse frente al espejo que tenía colgado en una pared de su cuarto. La ceja izquierda estaba en la misma posición: alta, empinada, cínica. Miró con más cuidado y se dio cuenta de que no sólo la ceja cambiaba la expresión de su rostro. Al estar levantada, se dibujaban ligeramente dos líneas en frente, justo en la mitad de las dos cejas. La expresión involuntaria parecía natural. No indicaba enfermedad, ni accidente. No podía recordar algún cambio de temperatura que hubiera provocado una torcedura. En definitiva (o más bien, hasta ahora) la ceja levantada de Luciana había aparecido de forma inexplicable y no era momento de preguntar más por su origen.

Las consecuencias de vivir un día como los demás, con la ceja arriba, no fueron calculadas hasta que las fue experimentando con el paso de las horas. Arturo, el empleado de la cafetería del primer piso, no dejaba de mirarla con cara de interrogación mientras pedía el desayuno de siempre: pan de chocolate y un café sin azucar. En el bus camino al centro, además de las miradas de curiosidad, sintió miradas de reproche; sintió ojos acusadores por su pose cínica. De nuevo, al tratar de controlar su expresión, sólo incrementó los rasgos involuntarios que su cara tenía ese día. La plebe la juzgaba, pensó, la misma plebe que salía a las calles llena de oscuras emociones en el corazón, se dijo. Este último pensamiento llegó de manera muy sutil a su mente, tan sutil que no notó que la ceja levantada no sólo cambiaba su expresión externa, también estaba haciendo mella en sus pensamientos.

¿Qué decir de ese día? Que fue un día, digamos, especial. Las personas respondieron de formas dispares a su cara y ella la usó con diferentes intenciones. Al principio inocente, luego retadora y burlona y, al final del día, cansada y resignada dejó que la gente pensara lo que quisiera. Su expresión cínica se había pegado a su cara y no parecía desdibujarse, pero ahora Luciana creía que no estaba mal salir otro día a mirar mal a la gente. Al final de cuentas pocos se merecían otra cosa.

2013

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