En defensa de la actitud positiva cuando los demás son inmamables

El paso por una actividad de "actitud positiva" dista mucho de ser clasificada por mí como una experiencia placentera. La reunión que duró 4 horas era obligatoria y asistí con cierto desgano. No era la única, ya me daría cuenta de eso. 

En un esfuerzo de mi universidad por hacernos "mejores trabajadores", fuimos citados unas 20 personas y una psicóloga (cuyo apellido era Entusiasmo) a un taller sobre el servicio. ¿Servicio a quién coño? Pues a los estudiantes que pagan millonadas, a los profesores que son unas divas, a los asistentes graduados que son explotadamente felices, a las secretarias eternas, a los compañeros de trabajo...a todos. Al parecer somos unas fieras insoportables y necesitábamos ser domados por la buena psicología organizacional. Eso no pintaba bien, claramente, pero lo inesperado ocurrió: mi cara y actitud de fastidio hacia la Sra. Entusiasmo fue remplazada por una cara y actitud de fastidio hacia mis compañeras de fila. 

Resultó que mi grupo era INMAMABLE. Inmamable en estas tierras significa insoportable. No más que eso en la letra, pero mucho más que eso en la práctica. Así  pues, Las inmamables (la mayoría eran mujeres) eran de la Facultad de Ciencias Sociales (que a ratos me caen mal, a pesar de pertenecer a su especie). Tenían la actitud más petulante del edificio y de las 10 cuadras a la redonda. No todo el grupo era como ellas, pero esas 4 o 5 mujeres fueron suficiente para que me acordara del tipo de gente que no aguanto. 

Dos de Las inmamables fueron mis monitoras cuando yo era una joven e ingenua estudiante de antropología. Ahora ambas tienen puestos importantes y posan de intelectuales. A las demás no las reconocí pero una de ellas sobresalía de aquel inmamable grupo. Era al parecer una abogada y era, ciertamente, la peor de todas. 

Aunque soy de las primeras que reconoce que esos temas aparte de aburridos y hueros son muy chistosos, creo que si bien uno de participante no tiene que encarnar a Jorge Duque Linares (aquí este personaje por si no han tenido el placer de conocerlo), al menos puede ser maduro y asumir una actividad que igual le toca hacer. El taller era dirigido por la Sra. Entusiasmo, psicóloga de las que no ayudan a tomar en serio la profesión, con la sangre llena de azúcar y la mejor sonrisa ficticia, sonrisa que siempre tuvo lista para capotear los comentarios ácidos de la audiencia encrispada. Ante cada nueva actividad propuesta, Las immamables interpelaban a la entusiasta. Le decían con sorna que qué había estudiado ella, que no tenían ninguna expectativa sobre la actividad, que sus fobias (una de las preguntas de  la actividad) era asistir a ese tipo de actividades. Todo el circo venía acompañado de risas (era imposible no reír en algunos casos) y comentarios en voz alta. La más fastidiosa era una mujer de más de 30 años y menos de 40. Pelo corto, alta y de alguna manera atractiva sin ser una belleza. Hablaba duro y le gustaba llamar la atención, algo que conseguía con mucho éxito (si no yo no estaría escribiendo sobre ella). Se sentó con su Macbook Air y ante la queja amable de la Sra. Entusiasmo dijo que así se concentraba más. Cada vez que podía intervenía con algún comentario punzante, "cómico" y con miras a buscar aprobación entre su grupo improvisado de compinches, Las inmamables. Haga usted de cuenta una niña rebelde de colegio que se las da de mala. Las otras iban por el mismo estilo. Pobre psicóloga entusiasta.

No puedo decir que sentí lástima por la Sra. Entusiasmo. No me cayó especialmente bien. Su trabajo ni su enfoque me gustan. A pesar de eso, la situación sí me hizo pensar en el profundo desprecio que siento hacia esas personas sobradas, altaneras, egocéntricas, groseras, irrespetuosas que, con algún tipo de poder conocen muy bien su lugar privilegiado en esta sociedad desigual y no temen recurrir a su estatus ante el mínimo acto que consideren reprochable. 

¿Por qué me molestó tanto? Porque todas nacen de un ambiente académico, muchas son "científicas" sociales. De sus bocas salen diariamente palabras y frases como respeto, solidaridad, sociedad justa, igualdad, "ponerse en los zapatos del otro", etc. ¿Y qué se encuentra uno? Ego, ego y ego. El ego no les cabe en la fina ropa estilo hippie-chic. Son hijas (e hijos, porque hombres así también abundan) que fueron rebeldes en sus casas y en vez de ser ingenieros o economistas se decantaron por profesiones más "nobles", llenas de reflexión y de entendimiento del "otro". Pertenecientes a las clases sociales más privilegiadas, estas personas se proclaman libertarios, librepensadores, humanistas. Su capacidad de tolerancia es mínima y su humildad completamente nula. Venden un cuento mentiroso y a la hora de la verdad se muestran tal como son: naturalmente egoístas y arrogantes.

Espero no encontrarme a su grupo, ni a otros grupos igual de inmamables, con tanta frecuencia. Lo peor es que estoy rodeada de ellos.