Mi pasión: Leer a Rubem Fonseca

Encontré este artículo de Luis Fernando Afanador que servirá para que los que aún no han tenido el placer de Fonseca, se animen a leerlo. Y es que a este hombre yo lo amo.  

Fonseca para principiantes

Con motivo de la reedición de las obras de Fonseca en editorial Norma, este mes de septiembre se han han realizado y se van realizar varias charlas y conferencias sobre el escritor brasileño. Ayer en la librería Lerner del centro leí el siguiente texto:


Al igual que el tango, que salió del sórdido barrial buscando el cielo, la literatura barriobajera de Rubem Fonseca, ha ido ascendiendo en el Olimpo literario. De mero autor policial -un género que se mira con cariño pero desde arriba, con cierta condescendencia- empezó a ser tomado en serio, a ser reconocido como lo que es: uno de los escritores más importantes de América Latina. Mucho mejor, a mi juicio, que Carlos Fuentes, quien publica novelas y novelas sin pena ni gloria y artículos que se multiplican en los principales periódicos del mundo como si de una agencia multinacional de noticias se tratara. El reconocimiento de Fonseca ha sido gradual pero seguro porque se sustenta en el boca a boca de sus jóvenes lectores (y lectoras). Ese plebiscito ha ido creciendo en los últimos años y la prueba es que hoy estamos reunidos celebrando el relanzamiento de una “colección Fonseca” en una gran editorial. Algo ha cambiado desde que leíamos sus libros casi clandestinamente, aunque todavía falta: hay que volver a editar El gran arte en una edición mejor, hay que publicar, como sea, esa joya casi inhallable que se llama El caso Morel, una novela de alto voltaje literario. Le llegó al fin el reconocimiento y como en aras de la simplificación es necesario ponerle una fecha precisa, digamos que éste se dio con el otorgamiento del Juan Rulfo en 2003, el premio literario más importante en este momento en nuestro continente porque se premia una obra y no obedece a criterios comerciales, algo inusual en los premios de ahora, promovidos principalmente por las editoriales.

La primera noticia que tuve de Fonseca fue una generosa reseña de Mario Vargas Llosa del El gran arte, que apareció en Lecturas Dominicales de El Tiempo. Vargas Llosa comentaba una edición de Seix Barral de 1984 que luego reeditó en Colombia La Oveja Negra. Esta última, con una carátula azul cielo y el rostro difuminado de un hombre fumando tabaco, y la letra pequeña y apretada (no mencionaba quién era el traductor) que yo compraría 10 años más en una librería de viejo (no es raro encontrar todavía en la librerías de viejo esta primera edición de Oveja Negra que se ha vuelto entrañable no obstante sus imperfecciones). Pese a la curiosidad que me despertó el comentario de Vargas Llosa, sólo hasta 1996 leí El gran arte, para algunos su obra maestra. En ese entonces ya era profesor de literatura en la Universidad Javeriana y debo reconocer que la motivación me la dieron varios alumnos que lo leían con entusiasmo: sí, es cierto, los profesores aprenden de los estudiantes. De El gran arte pasé a El caso Morel y a los cuentos de El cobrador y Feliz año nuevo de Bruguera. Ingresé al culto y de una manera ilegal: en la fea cultura de la fotocopia como es la costumbre en las universidades colombianas. Debo aclarar que luego, cual vendedor de Sanandresito acosado por la DIAN, me legalicé: ahora tengo todas esas versiones originales gracias a las eficientes gestiones de los libreros de viejo y boté las fotocopias. Odio los libros fotocopiados pero, por supuesto y parafraseando a Wiliam Faulkner: entre la nada y las fotocopias, prefiero las fotocopias. Ya en el mundo legal compré y leí Agosto en la edición de Norma; Pasado negro en Seix Barral; Collar del perro en Ediciones La Flor y Vastas emociones, pensamientos imperfectos, en Thassalia de Barcelona, una colección de obras maestras de la novela negra contemporánea dirigida por Paco Ignacio Taibo II. Después, tuve la fortuna de que mi primera reseña para la revista Semana en 1998 fuera sobre Los mejores relatos de Rubem Fonseca publicados por Alfaguara. Claro, tuve pánico escénico: fue mi primera reseña y fue sobre el maestro. Desde entonces, he reseñado todos los libros que editorial Norma ha publicado sobre él y que felizmente ha decidido relanzar en una colección. Por lo dicho hasta aquí, queda claro que soy un fiel seguidor del escritor brasileño. O, para decirlo sin eufemismos: soy un fanático. Y cómo no voy a serlo si abro al azar Pasado negro (el título original es Buffo &Spallanzani), el libro que menos me gusta y encuentro estas frases: “Si existen dos o más teorías para explicar un misterio, la verdadera es la más sencilla”; “Las historias de amor que pueden ser contadas, son las mediocres”.

Supongo que ser un lector cuidadoso de Fonseca, no un experto, es lo que me da derecho a conversar esta noche con ustedes. Y agradezco esa oportunidad - como diría un deportista- porque me ha permitido poner en orden mis notas y mis lecturas.

¿Cuál es el valor de este escritor?

1. Su estilo. En Fonseca encuentro una manera de narrar distinta, que no había visto antes en ningún otro escritor. Yo la llamaría vertiginosa por la fluidez de los diálogos y las descripciones precisas, directas y económicas que definen muy rápido el carácter de los personajes. Permanentemente tenemos la ilusión de estar avanzando, de ir a un lugar determinado, concreto. Sin embargo, lo interesante es que no se trata del vértigo por el prurito del vértigo. Bien mirada, esta escritura es densa y analítica: todo el tiempo el narrador –casi siempre en primera persona- busca su sentido de estar en el mundo. La prueba de ello es la abundancia de citas memorables que encontramos en sus libros: “La visión de una mujer bonita es siempre una especie de epifanía, la aparición de una divinidad, y el sentimiento que nos domina, si no estuviera presidido por Eros, se asemejaría al que nos despierta la música. No me avergüenzo de mi libido, es la energía fisiológica y síquica asociada a toda actividad humana constructiva; se opone a Tánatos, el instinto de muerte, fuente de todos los impulsos destructivos”.

Fonseca me hace sentir lento el cine y demasiado superficial y retórica cierta literatura:

Las personas que no tienen nada que decir

Son muy cuidadosas

De la forma de decirlo.

¿De dónde viene esta escritura tan esencial? En su novela Vastas emociones y pensamientos imperfectos que es un gran homenaje a su maestro Isaac Babel, él mismo nos da la respuesta: “Pasé la noche leyendo a Babel. Cada cuento era una obra maestra. No sé qué me impresionaba más: la tensión, el equilibrio entre ironía y lirismo, la elegancia de la frase, la precisión, la concisión”.

El caso Morel y Diario de un libertino, dos libros bastantes experimentales en su forma, reflexionan en forma explícita sobre la escritura pero en general, las reflexiones sobre este tema las podemos encontrar en cualquiera de sus libros. Las posibilidades y los límites de la escritura acechan su prosa como peligrosos agujeros negros. Fonseca tiene una clara conciencia del abismo entre las palabras y el mundo y este es el verdadero santo y seña de los buenos escritores. “Nada debemos temer, excepto las palabras”.

Es importante resaltarlo: Fonseca es un escritor culto. El hecho de que sus temas y sus personajes sean marginales y de que nunca sea explícita su gran cultura, no quiere decir que no esté presente. Lo que ocurre es que es muy discreto, de bajo perfil: su elegancia consiste en no exhibirla abiertamente. Por cierto, la parodia que hace de los personajes que posan de cultos, es brutal. En cambio, hay bastante compasión hacia los ignorantes. Lo anterior puede tener una lógica connotación de clase. Por eso, para escapar a una posible sindicación maniqueísmo político, la balanza se ajusta con un igualitario rasero: en el mundo literario de Fonseca ni los ricos ni los pobres escapan a un despiadado humor negro.

2. Su profundidad. Como la torta de milhojas, la literatura de Fonseca tiene varias capas y varios niveles de sentido y, por lo tanto, de interpretación. Incluso cuando es realista, nunca es un realista al pie de la letra. Tomemos un ejemplo obvio, el de su famoso cuento El cobrador, con ese personaje estremecedor que a su paso “derrite el asfalto”. El cobrador es el desposeído latinoamericano que vive en la sociedad de consumo a través de la televisión y al que le repiten una y otra vez que vive en una democracia. Está bien, dice el cobrador, voy a salir a exigir todo lo que me han prometido y no me han cumplido: mujeres bonitas, comida, "güisqui", balones de fútbol, una dentadura completa. Lo voy a reclamar a la fuerza y ¡ay! del que se interponga en su camino. Esta obra, desde luego, es una gran parodia del falso mito de la democracia en las sociedades latinoamericanas. Aunque, como explicación de la violencia urbana, sea poco lo que invente. El cobrador es una historia hiperbólica, exagerada, que busca conmover la fibra del lector más indolente. Desde luego, tiene una base real innegable: pequeños cobradores es lo que vemos todos los días en las ciudades latinoamericanas.

Otro ejemplo notable es su novela Agosto. El inspector Mattos, su protagonista, al ir resolviendo el crimen que pone en movimiento la trama, descubrirá que todo el tejido social es corrupto, nadie cree en la ley aunque todos la invoquen como fachada en la lucha por el poder. Se trata de una obra policíaca que va más allá de sus propios límites. Como un buen lector moderno del género policial, Fonseca sabe que es necesario trascenderlo. Buscar el asesino para restaurar la ley, el orden quebrantado, es un proyecto válido en la cultura anglosajona. No así en las deslegitimadas sociedades latinoamericanas donde la ley no parte de un consenso sino de la imposición de un poderoso. Al final, el inspector Mattos se cansará de ser el incorruptible, el único estandarte de la ley en una sociedad que se derrumba. Pero hasta en Agosto, una obra aterradoramente cruda, aparece el humor, siempre el humor negro para que no haya duda: no hay ningún propósito de hacer una literatura edificante:

-Detesto matar a una mujer bonita –dijo Chicao.

Salete miró sorprendida al asesino.

-¿Usted me encuentra bonita? ¿Lo jura?

En este universo literario, la búsqueda del poder es apenas la mitad del cuento. A los seres humanos nos lo mueve únicamente la ambición sino el placer: el placer de desear hasta matar. Por eso, “criminales somos todos”. De una parte, la crítica social, la política y la historia; de otra, los sueños y los mitos eternos. La obra de Fonseca es también una obsesiva indagación sobre el deseo que ruborizaría a los castos y reprimidos detectives ingleses. “Me gustan tanto las mujeres, que a veces siento deseos de gritar”, dice uno de sus personajes. Y otro, haciendo suyas las palabras de T.S, Eliot: “Nacimiento, cópula y muerte: no hay más”.

Hay un esquema que se repite en todas las obras de Fonseca: un hombre desea a la vez a varias mujeres y trata inútilmente de encontrar una solución práctica a ese problema. Sabe que su conducta es inmoral y mal vista socialmente. Pero no pretende polemizar ni ser entendido: sólo promete vivir a fondo y sin hipocresías su drama, tratando de entenderlo para sí mismo. Gesualdo Bufalino en El Malpensante –el original- lo expresó muy bien: “No veo por qué sea legítimo amar juntos a Cimarosa, Bach y Stravinsky, y blasfemo amar a un tiempo a Carolina, Claudia y María”.

Yo creo que ningún otro escritor ha representado el deseo masculino como Fonseca. A veces parece crudo y descarnado pero es así: así deseamos los hombres, distinto a las mujeres. ¿Y qué pasa con sus mujeres? A mí me han parecido, junto con las de Bioy Casares, las más reales que ha inventado la literatura, que en general las tiende a idealizar. ¿Son también así, tan crudas y descarnadas, tan distintas? “Así somos”, me respondió una muchacha que está haciendo sus tesis sobre Rubem Fonseca. De ahí nace la inextinguible pasión de leerlo.
Por Luis Fernando Afanador
Publicado 09/13/2007

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