Las peores personas del mundo
Pasó mucho tiempo antes de que fuera capaz de verme La peor persona del mundo, de Joachim Trier. No fue una acción planificada, propiamente dicha, pero fue una no-acción pasiva que hizo todo lo posible por no verla. Me daba miedo ver la película. Lo que sabía desde antes de que la estrenaran en cines, era que hablaba de una mujer perdida que en su confusión y egoísmo hacía daño a otros. A los hombres con quienes se relacionaba, más específicamente. Algo en mí resonaba y sentía que iba a ser una película importante para mí. El argumento no es tan diferente de lo que creía. Ahora lo sé porque ya me la vi. Apareció en la pantalla del televisor como sugerencia de la plataforma donde buscaba unas películas que tenía que ver para una tarea asignada en mi trabajo.
La verdad es que la había visto antes rondando por ahí. No hace mucho, solo
unos días atrás. Pero siempre que estaba navegando en esa plataforma estaba
acompañada y me pareció que esta era una película para ver sola, así que
esperé. Esa fue una de las "noacciones" que dilataron el asunto.
Al final, la vi en dos partes. La primera noche lo hice justo después de
hacer mi tarea de ver una de las películas que estaban en la lista de asignadas
para puntuar qué tan buenas o malas eran. Aclaro que no soy crítica de cine. Solo
me dieron esa tarea porque me gusta el cine “alternativo” y porque estiman mi
criterio sensible a “los asuntos sociales” con el que miro al mundo. Pero eso
no es relevante aquí, no me quiero desviar. Lo importante es la cadena de
eventos que me llevaron a ver primero Huesera, película de la mexicana
Michelle Garza Cervera, y luego a verme La peor persona del mundo. La
importancia del hecho radica, cómo no, en las asociaciones libres, mi forma favorita
de pensar.
Como esto no es una reseña cinematográfica (ya aclaré que no soy crítica de cine), lo que viene a continuación no tendrá los elementos suficientes para describir el argumento de cada película. Tampoco será un texto libre de spoilers, así que cuidado a quien le preocupe esto. Dicho esto, aquí vamos con las asociaciones.
Las dos películas tienen figuras de mujeres fuertes. Cada una a su manera. No
hablo de mujeres “empoderadas”, sino más bien de que ambos argumentos están construidos
en torno a las disquisiciones que se consideran parte del campo de las mujeres
y “lo femenino”. En eso son protagonistas.
Huesera es una película de terror latinoamericano (¿o se podría decir nuevo gótico latinoamericano, como el protagonizado por escritoras contemporáneas?). El terror es un género que desconozco
ampliamente, pero que, incluso siendo neófita, sé que a este lugar del mundo poco se le permite explorarlo. Lo nuestro son las tragedias sociales,
las injusticias, la pobreza, el caos de la fallida realidad. Los géneros
imaginativos parecen estar asignados a los otros, a los que nacieron en el lado
dominante de la historia.
Pero, de nuevo, incluso siendo una neófita, puedo decir que la obra de
Michelle Garza Cervera es brillante porque horroriza con los lenguajes del
género, pero no se queda ahí. Nos habla de mujeres lesbianas y punks, de
brujas, de comadres, del aburguesamiento y de la violencia de la maternidad. ¡Ah
maravilla! En Huesera, Valeria sigue ordenadamente los pasos del camino
correcto. Escapó a su entorno obrero, fue a la universidad, consiguió un marido
un poco más arriba en la escala social, cambió de barrio y llegó al peldaño que
seguía: se hizo madre. Pero su embarazo será el gran detonante para que un
espectro la persiga y le recuerde que los huesos que se truena cada vez que se
siente fuera de lugar, son una llamada para volver a sí misma. Claro, la
directora usa un espanto que provoca sobresaltos, pero que también es excusa
para pensar en las dudas que pueden tomar la forma de demonios internos ante la
encrucijada de seguir el camino que se debe seguir si eres mujer. Por supuesto,
esta es la asociación libre más evidente con La peor persona del mundo.
Al otro lado del Atlántico, en Noruega, un país sinónimo de la perfección,
está Julie, una mujer que no encuentra el camino y yerra una y otra vez. Julie
ha sido valiente o errática, según se vea. Ha renunciado muchas veces y ha
emprendido nuevos caminos que parecen cada vez más confusos. Se acerca a los 30
y en medio de su incapacidad para “sentar cabeza”, se encuentra con un hombre
mayor de quien se enamora y que hará todo lo posible para aplacar su espíritu
indeciso. Aksel, el novio, desea tener hijos y Julie no. La secuencia de los días,
las reuniones con amigos de él que son padres y madres, las presiones para que
Julie ceda y ocupe su papel de mamá, hartarán a la protagonista, que buscará escapes
en un entorno más libre, en una aventura que la devuelva la ligereza de su
juventud.
En México o en Noruega, estas mujeres viven relaciones aparentemente tranquilas.
No son ejemplos de violencia de género o algo por el estilo. Ambas, sin embargo,
tienen encima la presión de la maternidad, de la vida en pareja, del amor
heterosexual, del deber de no equivocarse y tomar el camino errado. Ambas, de
formas distintas, encontrarán salidas a pesar de lo difícil que sea escapar de
las expectativas que su entorno les asigna por ser mujeres. Ambas serán malas
mujeres, las peores personas del mundo, pero unas que encuentran algo un poco
más parecido a la libertad.
Terminé de ver La peor persona del mundo la siguiente noche (en compañía
en los últimos minutos y me gustó tener con quien comentarla). No fue tan confrontadora
como esperaba, así que el miedo se disipó y dio paso al disfrute de la película
y a las ideas que quise conectar aquí. Eso no significa que la reflexión haya
sido suave. A pesar de mis esfuerzos por crearme una vida lejos del papel asignado
a las mujeres, soy mujer y latinoamericana. Las presiones que viven estas
mujeres también recaen sobre mí. Paradójicamente, el terror de Huesera no
solo fue manejable, sino que me dejó una sensación de esperanza. Definitivamente
no sé ver películas de terror.
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