Corazoncito roto, corazoncito delicioso

Gracias a una amiga que tiene el corazón roto acabo de notar que hoy hace exactamente 4 años venía en un avión rumbo a Colombia con el corazón maltrecho. Viví, amé y me dolió intensamente. Madrid fue mi casa, fue mi puente entre Latinoamérica y Europa, fue mi esperanza. 

La ansiedad me carcomía y volver a Bogotá se me presentó como la mejor opción para salir del caos emocional que me tenía con la vida entre una maleta. 

Decir adiós fue duro, pero me salvó. Allá no tenía más para recibir a pesar de que seguía esperando un milagro. El milagro del amor, de una visa, de una vida. 

Hoy compré un marañón, esa fruta que seca me acompañó durante toda mi vida de estudiante de maestría. Fue mi pequeño lujo desde que lo conocí en bolsas diminutas por más de 4 euros. En Noruega aprendí a decirle cashew. En Madrid, anacardo. Todavía me aferro a lo que es para mí su nombre original: cashew. 

A pesar de ser un fruto tropical, sureño, surglobalizado, para mí tiene nombre en inglés porque así fue parte de ese momento de mi vida. Hoy al sostenerlo entre mi mano noté su forma de corazón, su color rojo, su voluptuosidad, su olor delicioso. Hoy lo nombré marañón en esta tierra sudaca que me dio una nueva vida.  

Este pequeño corazón frutal reposa en mi mano mientras pienso en mi corazón conflictuado de hace cuatro años. Nadie quiere recorrer el dolor del desamor, pero es inevitable. El dolor hace parte constitutiva de lo que somos. Nos recuerda lo vivos que estamos y eso es bonito y está bien. 

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