Benjamín

Lo de Tomás fue un desastre. No me iba a permitir que pasara de nuevo algo similar en mi vida. Por más amor que sintiera cada vez que veía la foto de Benjamín o leía su columna en el periódico, la experiencia trataba de atarme a la tierra y recordarme el peligro al que me enfrentaba. Ya no tenía veinte años. No tenía la misma inocencia de aquella época aunque no hubiera pasado tanto tiempo y había aprendido que los hombres hablan mucho y hacen poco y que sólo de aquello que hacen es de donde se puede partir.

Todo había comenzado como un juego inocente de intercambio de ideas y música. Ahí debí percatarme, compartir la música es el todo. Al principio pensé que fingía sobre sus gustos para acercarse más a mí. Era la primera vez en que tantas coincidencias me iban enseñando y reafirmando quien era yo y quién era él. Siento que algo en mí lo inspiraba, o al menos eso quería creer yo, tal vez porque él me inspiraba a mí también. Creo que ese es el mejor de los amores y también el más peligroso. Ese que te motiva a ser mejor, a dar más y no vaciarse nunca. Por supuesto un amor así no dura y trae muchas complicaciones. Ya lo sabía yo. 

Benjamín era talentoso, todos lo sabíamos, incluso él, pero se obstinaba en negarlo y dudaba de cada paso. Su mujer había aguantado varias temporadas de tristeza que muchos temieron depresión. Cuando nos conocimos en aquella exhibición de pintura yo sabía quién era él, aunque él nunca me hubiera visto. Se veía espléndidamente maltrajeado, pero rebozaba juventud. Aunque ya pasaba sus treinta se comportaba como un adolescente tímido. Nos habíamos cruzado antes en un par de ocasiones. Yo lo sabía, él no. Cuando lo vi en la sala me animé. Había ido por curiosidad y con poco entusiasmo. Estaba sola, tenía el tiempo y estaba cerca de la galería. Benjamín estaba solo también, pero eso no garantizaba que pudiera conocerlo. De cualquier forma me acerqué cuando lo vi detrás de una columna, casi escondido con una copa de vino en la mano y mirando desde lejos uno de los cuadros de la artista de turno. Le pregunté si le gustaba y me dijo que no, pero que había algo que le atraía de la pintura. Tal vez es la luz, dije yo. Ahí me miró por segunda vez - la primera había sido el reflejo natural cuando empecé a hablarle- y se quedó varios segundos mirándome extrañado. Me asusté un poco y la valentía que había tenido para acercarme se desvaneció casi por completo. Me preguntó si nos conocíamos, mi cara le parecía familiar, dijo. Lo negué con la cabeza mientras tomaba otro sorbo de mi copa para recuperar confianza y respondí que yo lo había visto un par de veces, pero ambas habían sido conferencias con muchas personas y estaba segura de que él no me había visto. 

Como llevaba dos días en mi nuevo trabajo no supe responder bien a la pregunta de qué hacía. Respondí que era artista y me pareció completamente estúpido apenas terminé de decirlo. Corregí: estudié Bellas Artes, pero ahora trabajo en una galería pequeña. un proyecto modesto e independiente, nada como esto, dije señalando a las instalaciones elegantes en donde estábamos. Su sonrisa me dio la confianza para seguir hablando. Creo que le gustó lo de artista, lo anoté mentalmente. 

Ese día no me fijé en el anillo. Mi mejor amiga de la universidad siempre se fija en esas cosas, pero yo aún no aprendía. Con veintiocho años me seguía negando a la idea del matrimonio, tal vez por eso no me parecía relevante pensar en eso. Error uno, o dos, si contamos el hecho de acercarme a hablarle sabiendo que me gustan así como él, o mejor, que me gustaba él así con todo y su aire adolescente. 

Comentarios

DaniloG ha dicho que…
Tengo curiosidad de saber cómo sigue :D

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