A esta fase de mi vida la llamaré: cuando fui Muzungu.

La idea no es muy original: un alguien que viene de otro lado del mundo decide viajar y luego se le ocurre escribir para contar lo que ve. Esa soy yo ahora aunque esto no es un blog de viajes, es un blog de asociaciones libres.

Los últimos 12 meses he estado moviéndome por el mundo más que en otro momento de mi vida. Es por eso que no debería sorprenderme que ahora esté en Uganda, pero la verdad es que aún me sorprende. Llegar hasta aquí fue una decisión que no estaba en mis planes, pero heme aquí, en la región de los Grandes Lagos. Aunque he estado en este tiempo viviendo en varios lugares, Uganda me ha hecho por fin volver a este blog. Espero igual escribir un poco más sobre lo que ha sido Alemania, República Checa, Cuba, Noruega y España, casi todos (a excepción de Chequia) mis pasados pequeños "hogares". 






Uganda es un país que ha pasado por épocas difíciles como muchas otras naciones africanas y por eso es común encontrar signos de lo que se nos vende en las noticias sobre este continente: mucha gente, caos, pobreza, avisos de ONGs y agencias estatales en todas partes. Por supuesto Uganda es mucho más que eso y se puede decir que es un país en general con buenas condiciones comparado con otros de la región.

Llegué a Uganda un viernes en la madrugada. La primera parada fue Entebbe y de allí a Kampala, la capital. Mi destino definitivo era Nakivale, uno de los campos de refugiados más antiguos de África (y yo creo que del mundo). Mi primera impresión de Uganda me hizo pensar en Colombia. El aeropuerto es pequeño y se parece más a una terminal de transportes de ciudad intermedia que al de un aeropuerto principal. Sin embargo, por eso mismo, me hizo sentir en alguna ciudad pequeña de Colombia. Como llegué en la madrugada tuve que esperar al amanecer para tomar un taxi, que realmente no tiene ningún distintivo de color o nombre, hasta Entebbe al hostal donde estaba una amiga esperándome. Ese corto viaje reforzó mi comparación sumado a las matas de plátano en todas partes y grandes espacios verdes a lado y lado de la carretera. Me sentí como en Sucre, Magdalena o tantas otras partes que se ven así. Hasta ahí sentía cierta complacencia que me alegró porque contrarrestaba algunos temores por las tierras desconocidas.

Matatu a punto de llenarse de personas. Los matatus son usados para transportes intermunicipales



Debo decir que el paisaje cambió mucho cuando llegamos a Kampala, luego de parar por un par de horas en Entebbe y tomar una ducha que me reanimó después de 26 horas de vuelo. Kampala fue para mí caos, ruido, mucha gente y mucha suciedad. Ah y algo que me pareció curioso: mucha gente sentada por ahí, haciendo nada, solos, ni siquiera en grupo, solo sentados al lado de la calle. Esta imagen se repite en carreteras y poblados, gente que ve pasar a otra gente, pensando en muchas cosas, o en ninguna cosa.

A esta fase de mi vida la llamaré: cuando fui Muzungu.

La muzungu, o sea yo, visitando una de las comunidades de Nakivale


Kampala me pareció ruda – seguramente me equivoco – porque me mostró un desbarajuste monumental de hombres y mujeres tratando de ganarse la vida en medio de ruido y mucho polvo. La estación de buses en un gran parqueadero más caótico que el resto de la ciudad, creo yo. Le sumo a esto una realidad más que evidente: el 99% de la población de Uganda tiene piel negra. Aunque no soy tan blanca como mi amiga gringa, evidentemente me veo diferente y clasifico como Muzungu.

Muzungu es una palabra de origen bantú que se usa en esta región de áfrica oriental. Al parecer la palabra se usaba para describir a los exploradores europeos que se perdían con facilidad al deambular por la zona. Ahora se usa para referirse a todos aquellos de piel blanca. Aunque aún no me queda claro, el término me suena un poco despectivo. Ser una muzungu complica las cosas. En general la gente quiere que uno compre algo que vale menos de la mitad de lo que cobran y se pelean para definir quién se queda con el cliente muzungu, así fue en el bus, así fue en el camino de 5 horas hasta Mbarara. Tuve la suerte de viajar con mi amiga que ya había hecho ese trayecto y sabía lo duro que era compartir la silla con dos personas más. Por eso escogimos unas que vienen con sólo dos puestos, así evitamos que nos espicharan con más personas, algo muy usual en todo tipo de transporte.
Los buses son viejos y rústicos en su interior. Se ponen en marcha una vez estén llenos muy llenos y paran algunas veces en el camino para dejar a algunas personas y recoger otras. En esos momentos los vendedores se acercan a las ventanas o suben al bus a ofrecer todo tipo de productos, en especial comidas y bebidas. Como el viaje no es corto hay que comer algo. Ofrecen chappatis (especie de tortilla), rolex (tortilla de huevo envuelta en un chapatti), pinchos de carne y ¡maíz pira! Compramos dos paquetes de palomitas de maíz por 1000 chelines ugandeses, aunque querían darnos solo un paquete hasta que el vecino de la silla de al lado dijo que eran dos por mil. Ya con el maíz y algunas galletas, más agua embotellada (que es la única que tomo aquí) completamos el camino hasta Mbarara.

Visto desde la carretera, el paisaje hacia Mbarara rebosa de campos labrados, cultivos de plátano y unos cuantos negocios que se encuentran cada cierto tiempo. Visto desde una casa cualquiera es un paisaje lleno de cultivos de plátano, campos labrados, unos cuantos negocios y una carretera asfaltada y en buen estado que divide los dos lados del valle antes y después de Mbarara. Aunque se pasa volando por esta ciudad, es posible ver parte de su vida comercial un poco menos caótica que Kampala, pero con algo de esa confusión tan característica de los lugares de paso.

Ahora bien, este camino tiene un objetivo, llevarme a Nakivale.  El camino de Mbarara hacia Nakivale es diferente y se hace en taxis colectivos donde he estado tan espichada como nunca antes en mi vida. La carretera es destapada y el paisaje cambia radicalmente. El lugar es muy seco, casi desértico, aunque tengo la impresión de que este no es el ecosistema natural, que más bien se ha modificado por la sobrecarga de humanos en la zona como explica este gran artículo mucho mejor que yo y que leí en diciembre de 2011, sin imaginarme que vendría a parar aquí.

Luego de cruzar un puesto de control animal, vigilado por un único soldado vestido con camuflado azul y armado con un rifle viejo, aparecen algunas casas como sacadas de la nada, rodeadas por humanos quemándose al rayo del sol, arando tierra seca o pastoreando bueyes de cuernos gigantes. Ahí empieza Nakivale, pero ya habrá tiempo para hablar de eso.

Niño camino a la escuela en una carretera en Mbarara


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me encantó, qué aventura tan emocionante y bien escrita. Empiezo a entender un poco más. No puedo esperar a la continuación.

¡Saludos!
laurabogotana ha dicho que…
Gracias por pasarte a leer. Espero escribir más pronto.

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